5 mar 2007

Recordando al Mago

Leyendo por ahí en los periódicos, me di cuenta que en este mes de marzo, conmemoramos aniversario de mi queridísima “CIEN AÑOS DE SOLEDAD”, de esta forma me veo obligado a seguir rindiendo tributo al MAGO.


Este es el inicio de “Vivir para Contarla”, el primer tomo de las memorias…


Mi madre me pidió que la acompañara a vender la casa. Había llegado esa mañana desde el pueblo distante donde vivía la familia, y no tenía la menor idea de dónde encontrarme. Preguntando por aquí y por allá entre los conocidos, le indicaron que me buscara en la Librería Mundo, o en los cafés vecinos, donde yo iba todos los días a la una y a las seis de la tarde a conversar con mis amigos escritores. El que se lo dijo le advirtió: «Vaya con cuidado porque son locos de amarrar». Llegó a las doce en punto. Se abrió paso con su andar ligero por entre las mesas de libros en exhibición, se me plantó enfrente, mirándome a los ojos con la sonrisa de picardía de sus días mejores, y antes que yo pudiera reaccionar, me dijo: «Soy tu madre».


Ahora el infaltable inicio de CIEN AÑOS DE SOLEDAD…


Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarías con el dedo.


Y el final, que por ahí a más de un ciudadano de la República, lo dejó helado y al borde de la locura…


Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.


Por ahí un trozo de una entrevista que tenía guardada, para los que quieran el link, lo siento, no recuerdo de donde la baje, pero me la encontré en mi computadora…

Hace un par de años, en su casa de Bogotá, al frente del Parque de la 88, le pregunté a García Márquez si nunca había sentido la tentación de escribir una novela negra. «Ya la escribí -me dijo-, es Crónica de una muerte anunciada.» Afuera, sobre el césped verde, amos y perros daban el paseo del mediodía bajo un sol radiante, raro en Bogotá para el mes de febrero. «Lo que sucede es que yo no quise que el lector empezara por el final para ver si se cometía el crimen o no -continuó diciendo-, así que decidí ponerlo en la frase inicial del libro.» Era la primera vez que veía a García Márquez. Yo había aprendido a amar la literatura por haber leído, entre otras cosas, sus novelas. Estaba muy emocionado escuchándolo. «De este modo agregó- la gente descansa de la intriga y puede dedicarse a leer con calma qué fine lo que pasó. » Dicho esto enumeró una larga serie de historias de género negro en la literatura y concluyó que u preferida era Edipo Rey, de Sófocles: «Porque al final uno descubre que el detective y el asesino son la misma persona». A García Márquez le gusta hablar de literatura. Quedan pocos escritores a los que les guste hablar de literatura.

Sí, de esos quedan muy pocos no hay duda. Por estos días todos los escritores prefieren ser políticos que ser escritores.

Y ya que hablamos de “Crónica de una muerte anunciada”, incluyamos el inicio…

El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo.


Y para los que nunca paran de corregir, veamos que hasta el Maestro tiene los mismos problemas (Por los que se pregunten, esta vez tampoco me refiero a Rafael, otra vez es Márquez)

Siempre he creído que toda versión de un cuento es mejor que la anterior. ¿Cómo saber entonces cuál debe ser la última? Es un secreto del oficio que no obedece a las leyes de la inteligencia sino a la magia de los instintos, como sabe la cocinera cuándo está la sopa.

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Para los de siempre… Ah perdón, yo no tengo de esos.

PD. Espero la próxima entrada escribirla yo, sin intervenciones de nadie, ni siquiera para las citas, pero por ahora estoy poseído por el Don de la Pereza…

1 comentario:

Mario Zetino dijo...

"El Don de la Pereza", eso valió el post.